domingo, 7 de abril de 2019

Comprensión lectora. Las ventajas de hacer el ridículo. (a, b, c)

Las ventajas de hacer el ridículo

Hace unas semanas pudimos ver al todopoderoso Colin Powell bailando y cantando sobre un escenario. Sucedió en Indonesia, durante la sobremesa de una cena oficial de la Cumbre de Naciones del Sureste Asiático. El político norteamericano interpretó YMCA, el famoso tema del grupo Village People, y, como el YMCA es una especie de sindicato cristiano enormemente poderoso en Estados Unidos- Powell salió disfrazado de obrero y con un mono de trabajo, con casco amarillo y un martillo colgado del cinto. O sea, verdaderamente hecho una risión.
Siempre me ha fascinado la increíble e inalterable capacidad que tienen los anglosajones para ponerse en ridículo y quedarse tan campantes. Los hombres y las mujeres más serios e influyentes del mundo (recordemos que Powell es nada más y nada menos que el Secretario de Estado del imperio) pueden cometer en cualquier momento el acto más absurdo y estrafalario sin que les tiemble el pulso y, lo que es más importante, sin que su entorno se lo critique. De hecho, la excentricidad forma parte de los estereotipos nacionales de los británicos; es el viejo tópico del inglés chiflado. Y los norteamericanos son directos herederos de ese rasgo cultural.
En cambio, a los hispanos en general, pero sobre todo a los españoles, nos horroriza hacer el ridículo. Tenemos el orgullo en carne viva, y una conciencia tan aguda y enfermiza de nuestra apariencia, de lo que los otros pensarán sobre nosotros y de qué dirán, que preferimos pecar de mudos, paralíticos y sosos de solemnidad. Es decir, preferimos la pasividad total antes que hacer nada que pueda terminar siendo risible. Y así, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, los niños aprenden a hablar en público en las escuelas, y los adultos disfrutan organizando ceremonias, declaraciones y pequeños espectáculos personales en bodas, banquetes y bautizos, nosotros, por lo general, no abrimos la boca ante una audiencia, ni aunque nos introduzcan un anzuelo. Por no hablar de bailar, o actuar, o hacer el ganso. En España las personas serias no pueden hacer eso.
El agudo Lord Byron sostenía que la larguísima decadencia española había empezado con El Quijote, y que la obra de Cervantes, que era nuestro icono cultural nacional, nos había hecho un daño terrible al enseñarnos que atreverse a soñar, a perseguir las propias quimeras, a ser distinto, sólo conducía al más espantoso y patético de los ridículos. De ahí nuestro orgullo sangrante e hipersensible, nuestro miedo a la mofa tan extremado.
Este pensamiento era una boutade de Byron, desde luego, pero una boutade enormemente sabia. Porque es cierto que los españoles estamos atrapados e inmovilizados por un sentido del ridículo desproporcionado y patológico. Y porque también es verdad que la historia se mueve con el impulso loco de los soñadores, de los iluminados, de los extravagantes que no temen ponerse el mundo por montera a la hora de perseguir sus ideales. Los típicos y tópicos excéntricos ingleses han explorado África, han conquistado imperios, han descubierto fórmulas magistrales, han inventado ingenios mecánicos. Los grandes personajes de la historia hoy son considerados grandes porque alcanzaron el éxito, pero en su inmensa mayoría tuvieron que sufrir, en algún momento, la rechifla de sus coetáneos. Y por cada uno que triunfó tuvo que haber decenas de fracasados que sólo consiguieron una cosecha de burlas.
Con esto no estoy diciendo que tengamos que ponernos un casco amarillo en la cabeza y salir a un escenario a hacer el idiota, sino que la naturalidad con que Colin Powell queda como un memo implica una realidad mucho más profunda. A nadie le gusta que se rían de él, pero la mayoría de los países ponen el miedo al ridículo en su justo lugar, no es algo paralizador ni aniquilante. Y algunas culturas, como la anglosajona, incluso hacen alarde de ese arranque extravagante, de la rareza visionaria, aunque sea absurda. No les ha ido mal cultivando la originalidad, porque ya es bastante difícil cambiar las rutinas del mundo como para detener tu empeño solamente por el miedo a las risas de los demás. Nosotros, mientras tanto, seguimos sentaditos y quietos en un rincón, no vaya a ser que alguien nos mire. Es posible que así no hagamos el ridículo, pero lo que es totalmente seguro es que no haremos nada.
Rosa Montero. EL PAÍS. 2004





Elige una de las tres respuestas posibles (a, b o c):

 Las ventajas de hacer el ridículo.

0. ¿Cómo estaba vestido Colin Powell?
a) Haciéndose el gracioso.
b) Haciendo el ridículo.
c) Haciendo el mono.

1 ¿Qué hacen las personas próximas a los personajes públicos cuando estos hacen el ridículo?
a) Los admiran.
b) Los ven mal.
c) No hacen comentarios negativos.

2. ¿Cuál de estas ideas da a entender el texto?
a) Los americanos han tomado de los ingleses su forma de actuar en público.
b) Los americanos tienen más sentido del ridículo que los ingleses.
c) Los americanos tienen menos sentido del ridículo que los ingleses.
3. ¿Por qué los españoles tienen más sentido del ridículo?
a) Porque preferimos ser pasivos.
b) Porque les preocupa la imagen.
c) Porque tienen problemas de conciencia.

4. ¿Cuál de estas afirmaciones se deduce del texto?
a) Las personas serias en España no deben hablar en público.
b) Las personas serias en España no pueden actuar en público con naturalidad.
c) Las personas serias en España tienen más miedo escénico.

5. ¿Qué relación hay entre el éxito y no tener miedo al ridículo?
a) El éxito se consigue sufriendo.
b) El sentido del riesgo hace progresar a las personas.
c) Tienen éxito los que han sido rechazados por sus semejantes.

6. El miedo al ridículo de los españoles:
a) Le parece mal a la autora porque lleva al conservadurismo.
b) Le parece mal a la autora porque se trata de un hecho extraño.
c) No le parece ni bien ni mal; depende de cada cultura nacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario